viernes, 30 de septiembre de 2011

Otro septiembre agotado.



Media pizza de las cutres y baratas, de esas industriales que se compran por un euro y cincuenta céntimos yace en mi mesa. No tengo intención ni ganas de comer más. Asco me da mirarla, lo mismo que asco me da todo. No estoy de humor para elegir mis preferencias. También dispongo de una vela. Fúnebre hasta decir basta. Diría que su diseño se adecúa más a un cementerio de lo que lo hace una de las que ya abundan por esos lares.
Pedía una vida alegre, sin preocupaciones personales en exceso. Había conseguido elegir siempre bien todo. De todo lo que en mi vida he hecho no me arrepiento de nada. De nada, excepto de una cosa. Años llevo pensando lo mismo, pero intentando engañarme. Para intentar verme mejor, no sentir, no mirar, no escuchar, seguiré engañándome. Seguiré pensando que con mi carrera he elegido bien. Seguiré pensando que si muero ya habré acabado mi carrera universitaria. Seguiré pensando que Ferrol es mi hogar.
Hace tantos años que nada se parece a lo que pedía que no puedo echar la culpa a este sitio. Debería darle las gracias por darme una oportunidad. Por alejarme del todo y de la nada. Pero no puedo. Representa mi etapa de transición entre el todo y el mundo. Representa las limitaciones que nunca tuve. Un día compré un coche y pensé que todo estaría solucionado. Que podría escapar cuando quisiese. Pero no es así, ni nunca lo será. Antes de venir aquí yo era feliz buscando un lugar lejano. Ahora ni siquiera sé lo que busco. Solo sé que lo que busco no es un lugar.
Y de tanto quemar velas se me cansan las yemas de los dedos al accionar los mecheros. Día tras día. Noche tras noche. La imaginación se me acaba y ya no sé qué querer. Asqueado de ir siempre demasiado rápido, de que todo el mundo vaya tan despacio. No puedo ir más despacio cuando sé que si lo hago me quedaré solo. Solo frente a un enano de piedra que sostiene una pesada pila bautismal.
Debería llevar otro ritmo de vida, pero eso es precisamente de lo que me priva esta ciudad. Su falta de vida, imaginación, fuerza... no hay nada aquí a lo que me pueda adaptar ni a lo que me pueda agarrar. Es un mundo cerrado en un futuro pesimista.
Y aunque me sienta dolido y marchito. Aunque no vea un ápice de fuerza en mi interior, seguiré adelante. Conseguiré exactamente lo que busco a corto plazo. Si me defrauda ya tendré ocasión de odiar, destruír, morir. Pero no ahora. Ahora haré que todo lo que crea que me está ganando la partida se estremezca hasta sus entrañas. Haré de mí un ser digno de Nieztche. O eso intentaré, que tampoco se crean que hay aquí para frenar una Lambretta a escupitajos.
Iré a donde quiera cuando yo quiera, y nada ni nadie me importarán lo suficiente. Total, nunca encontraré lo que busco en realidad, asique... ¿qué más dá? seré el mismo que era antes de conocer a quien casi cambia mi vida por algo mejor. Y seré el mismo que después de conocerla. No me importa, pues simplemente es ver truncado un cambio de vida, no un cambio en sí. Todo sigue igual.
Cuando empecé la universidad creía que tenía ventajas sobre los demás debido a mi experiencia vital. Debido a haber vivido y visto demasiadas cosas. Ahora realmente me doy cuenta de que hay cosas que sería mejor desconocer. Que conociéndolas estoy en desventaja. Y todo esto entrando a los 18... ¿Qué sería de mí si entrase ahora? Ni puñetera idea. Ni me importa. No soy de los que se plantean el pasado. No merece la pena.
Una vez dije que un piano sonaría algún día. Ese día no ha llegado, pero he dejado la tapa abierta. Y creo que solo hay una persona a la que deje sentarse ante él. No le será fácil, como tampoco lo ha sido para mí. Deberá tocar mi metamorfosis preferida.