miércoles, 13 de junio de 2012

Recortar en transporte público


Teniendo en cuenta que vivimos un momento de crisis profunda, no es de extrañar que nuestro ingenio se agudice. Tras tres años de recesión y con la presión de la Comisión Europea sobre una España corrompida y debilitada que se niega a reducir su plantilla política, protestas no escuchadas y disturbios de toda clase, a unos ciudadanos con sed de bienestar se nos ocurren medidas para acabar definitivamente con nuestros servicios públicos y derechos fundamentales. De perdidos al río. Amén del himen.
De los creadores del "recreo psicológico" llega una idea que revolucionará el mundo de los recortes. Seremos el hazmerreír de África y un orgullo del mundo moderno. Tecnología punta al servicio del fin de los tiempos. No se trata de volver a la autarquía o volver a fabricar los emblemáticos Barreiros Diesel. Hablamos del autobús a pedales.
Algunos os estaréis riendo pensando "menuda estupidez" o "este fuma crack". Pues bien, el segundo punto es mentira. Siguiendo con el autobús... hay que tener en cuenta que cincuenta personas pedaleando deberían mover perfectamente un artefacto de tales dimensiones. Estaríamos hablando de una potencia de unos cincuenta esclavos de vapor. Los caballos de vapor son metrología del siglo pasado y explotación de la propiedad intelectual del mundo animal. Aún no sé cómo los verdes no se han metido con eso. Degradante.
Otro punto a favor es que no se desperdiciarían medios, pues o el autobús va lleno, o los demás se cagan en los muertos del que hoy no va a trabajar. Eso hace del transporte público un deber y no un derecho. A ver quién logra ser menos contaminante, ¿eh?
Pero esto está mucho más elaborado de lo que parece. Como las galeras del siglo XXI no van a ser menos que las fenicias, dispondrán de agujeros que servirán para la extracción del sudor condensado en las butacas y, ya puestos, por si alguno quiere orinarse encima. De hecho no necesitarán limpieza, pues recordemos que la urea al degradarse pasa a ser un excelente desinfectante. No habrá que preocuparse por esos dedos de los pies amputados y placentas que solemos encontrarnos en los suelos de los autobuses. Totalmente higiénico. Además, es el futuro de la sanidad. No más gastos en inútiles ambulancias y hospitales. Existirán los autobuses-hospital, en los que un/una médico y tres enfermeros/as se ocuparán de treinta pacientes ingresados en el piso superior de un "Double Decker", mientras sesenta parados servirán a la tracción del vehículo. Todo ventajas. Total, parados aún sobrarán y podrán utilizarse para muchos otros inhumanos menesteres, como por ejemplo elaborar los discursos de la Conferencia Episcopal, que gobernará de la misma forma que ahora: haciéndose los suecos mientras susurran cosas bonitas al Ejecutivo. Además, también podrán servir para llevar a lomos al Senado y al Tribunal Constitucional a Puerto Banús de excursión siempre que lo deseen.
Pues sí, amigos... tenéis aquí el futuro de la sanidad y transporte público. Próximamente hablaremos de qué será de la educación. De momento nos quejamos de vicio, la verdad. Nos dirigimos a un futuro maravilloso, lleno de trabajo y bienestar patrocinado por multinacionales que harán las delicias de nuestro sudor.
"Imagen vía www.camionesclasicos.com"

martes, 10 de enero de 2012

Catarsis

Retxes de sol atravessen blaus marins,
ses algues tornen verdes i brillen ses estrelles,
que ja s'ha fet de nit i es plàncton s'il·lumina
i cantes ses balenes a 30.000 quilòmetres d'aquí.


Años delante de pantallas de led y grises cielos. Miles de hojas de papel procesadas y escritas una tras otra acompañadas de un gran espectro de luces. Patentes naturales y artificiales adornan cada momento de erudita concentración. Cada instante de abstracción es parte de una salida imposible al problema de una vida mal aprovechada. Eso sería de seguir así. De continuar algo que ya conozco hasta la saciedad.
Se acabaron las lámaparas incandescentes y fluorescentes inventadas hace más de cien años. Me quedo con el sol, más grande e infinito. Nada que ate a este bicho raro con ganas de mundo. Todo un océano de posibilidades. 
Se acabó la lucha por las puertas del nuevo modernismo. Soy el que quiere volver atrás. Antes del crack del 29. Antes de que todo lo que el ser humano fabricase tuviese fin. Tuviese el fin de generar la necesidad de necesitar algo más indefinidamente. ¿Y si no necesito nada más? Me quitarán del medio. ¿Y si aunque me silencien sigo estando en medio? No podrán hacer nada. Y sí, seguiré en medio. Estorbando. Cambiando la forma de ver el mundo de muchos. Minando las bases de algo que nunca existió materialmente y de lo que nos creemos dentro.
Del mismo modo que yo no estoy concebido para crear estética, nadie lo está para formar parte de este sistema. No somos hormigas. Tenemos las mismas capacidades físicas e intelectuales que los que nos dirigen. Comportémonos. Veamos la verdad. No hay nadie por encima de nosotros mismos. Ni un dios, ni un rey ni un político. Solo hay personas iguales encargadas de distintas tareas. Nada más. 
Si la justicia no nos juzga, el pueblo lo hará. Y si desaparecemos... ¿quién lo hará? Nadie. Esa es la protección de la que gozan los que están "arriba". Has querido darle su merecido a alguien que se ha marchado sin su castigo. ¿Oyes sus insultos a treinta mil kilómetros de aquí? No lo creo. Descansa y disfruta de su ausencia. Disfruta de un mundo de posibilidades. Disfruta de tu catarsis y la mía.



jueves, 15 de diciembre de 2011

Guerra de apellidos

Pavimento de grandes piedras que mis pies cruzan con torpeza bajo la lluvia. Me preguntan con gracia si esquivo las líneas de separación, a lo que respondo que sólo trato de no pisar los charcos. Calles estrechas de luces amarillas, piedra y bares. Cientos de pequeños bares y tabernas con siglos encima. Gente por doquier, entre sonriente y pesarosa, ocupa la calle con sus voces eclécticas. Todo en un trozo de ciudad vieja y viva del primer piso de las casas para abajo, siempre con su tonalidad anaranjada y brillante.
Entramos en un bar en cuya barra nos esperaba nuestro sitio, como si estuviese reservado desde su apertura en el umbral del pasado. Tomamos posición y pedimos dos copas.
-Veo que venís sin el tercero.
-Déjalo descansar, que ayer ya tuvo bastante- y nos reímos.
-Está viejo ya- dice mi tío.
-Pero aquí estamos nosotros dando el callo.
-Como tiene que ser- dice el camarero mientras se marcha a atender a más gente.
-Hoy voy a marchar pronto, pero parece que ya llegaron los estudiantes y te espera una noche interesante.
-Sí, hay más movimiento que estos días. Huele a hervidero.
-Mira que bombón. Los jóvenes de hoy estáis rodeados de mujeres apetecibles- reímos. -Desde luego, y no hay tanta religión como en tus tiempos.
-Eso es un gran avance.
De pronto una joven que se encontraba a mi lado me pidió que le sacara una foto con sus amigos. Accedí, y mientras miraba la pantalla de la cámara tuve una sensación de calidez extraña. Como de conocer a alguien sin realmente verlo. Al momento pude escuchar una voz diciendo "¡Elías!". En el mismo plano de la foto reconocí a quien me llamó.
-¡Hola, Rebeca! Sí que hace tiempo que no te veo- dije mientras le daba dos besos.
-¡Ya! ¿Qué tal? -Bueno, vivo, ya ves... ¿Tu estás aquí en Santiago, entonces?
-Sí, en medicina. -Bueno, parece que solo conozco a gente de medicina y enfermería- reímos.
-¿Tu también estás aquí?
-No, yo en Ferrol... en el infierno, perdón... Inferniño. Estudio.
-Pues bien, no? -Como dije antes... vivo.
-Pues nosotros nos vamos ahora para otro bar, dicen por aquí.
-Bueno, yo me quedo aquí algo más con mi tío... ya nos veremos más tarde- esto último con una cómica cara que no me importó como fuese pero supongo que parecería decir "me tarda verte desnuda". A lo que respondió con dos besos y una sonrisa.
Volví junto a mi tío.
-Vaya amigas te gastas. Eso sí, la cara es mejorable.
-Todo en este mundo es mejorable, Nené.
-Mi forma de follar no- reímos a carcajadas.
-Modestias a parte, no?
-Yo tengo mis técnicas aplicadas a la espalda que las hace gritar- él sacando a la luz sus armas de seducción.
De pronto pensé en ese momento de luz tenue. Estando encima obviamente es más difícil deslizar las manos por la espalda, pero queda ligeramente accesible la zona lumbar. Empiezo acariciando suavemente desde el sobaco hacia atrás y bajando hacia la cintura. Siempre con la mano cómoda para abrirse y cerrarse ligeramente creando una sensación de onda de mar. La paseo por el vientre, el cuello, los pechos. Abro siempre el sostén con la mano izquierda mientras juego con la derecha. No permito ningún lapsus de movimiento. Una vez en acción la cosa cambia.
-Tengo una técnica perfecta para la espalda- dice él mientras echa un trago- todo con los dedos.
-Entre la yema y la uña.
-Eres más Recio que tu padre, cabrón.
-Y tan Prieto como mi madre.
Horas más tarde deambulo yo solo por las calles más modernas de la ciudad buscando gente conocida. Los alrededores de la Plaza Roja interrumpidos por la humareda de un pitillo. Me siento un crack localizando gente cuando estoy solo. Voy a los sitios con puntería sin tener ni idea de donde están. Algunos dicen que el ser humano es capaz de sentir a otros seres vivos a cincuenta kilómetros. Yo a veces no sé cuándo me siguen, asique no debo de tener ese sentido tan desarrollado. Lo poco que consigo lo saco de la intuición.
Me paro a la puerta de un pub. El ambiente es realmente pijo. Supongo que mis barbas causarían algún tipo de aversión en los porteros si me dispusiese a entrar. Me quedo fuera esperando a la nada.
-¿Tienes un cigarro?- pregunta una chica que acababa de salir en ese momento.
-Claro- le di uno.
-¿Menuda noche, no?
-Sí, mucha gente. ¿Qué tal está este sitio? Esque no conozco mucho esto.
-Bien, buena música, gente guapa... deberías estar dentro.
-¿Tu crees? No sé, ese tipo me mira raro- dije señalando a un portero -y eso que sé que señalar es de mala educación- se rió.
-Vente conmigo y verás como entras.
-La verdad no estaba intentando entrar, pero si insistes...
-¿Vienes solo? La miré un poco y descarté la idea de entrar en su juego. No por que no me pareciese guapa. No por cansancio. Por ninguna razón en especial. No me apetecía hacer nada. Por primera vez en mucho tiempo no me apetecía hacer absolutamente nada. Y ese hecho de no hacer nada me parecía divertido. Me sentí la persona más vaga del mundo por un día y disfruté de ello. Perversos placeres de los locos, dirán.
-Más o menos.
-¿Y eso? ¿Buscas a alguien? Ahí me acorraló. Si decía que no, entonces tendría que romper mi tranquila estancia a la puerta del local y entrar con ella. Si le decía lo contrario debía hacer lo mismo pero largándome. No sabía qué hacer durante unas casi angustiosas fracciones de segundo, pero enseguida tuve una brillante idea:
-Busco a una amiga- vaya mierda de respuesta para tanta comedura de olla.
-A lo mejor te puedo ayudar. ¿Cómo se llama?
-Rebeca.
-Creo que no la conozco.
-No importa, seguiré buscando. Gracias.
Se me hizo divertido. Ahora podía divertirme con cosas de lo más estúpidas. Pues así seguí vagando solo, rechazando compañías y tomando copas. Todo mientras caminaba con paso de duende por las calles de una ciudad encantada. A toda pregunta por mi vida yo respondía que buscaba a Rebeca. ¿Qué pensarían mis padres de mí? ¿Que soy Recio o soy Prieto?

viernes, 30 de septiembre de 2011

Otro septiembre agotado.



Media pizza de las cutres y baratas, de esas industriales que se compran por un euro y cincuenta céntimos yace en mi mesa. No tengo intención ni ganas de comer más. Asco me da mirarla, lo mismo que asco me da todo. No estoy de humor para elegir mis preferencias. También dispongo de una vela. Fúnebre hasta decir basta. Diría que su diseño se adecúa más a un cementerio de lo que lo hace una de las que ya abundan por esos lares.
Pedía una vida alegre, sin preocupaciones personales en exceso. Había conseguido elegir siempre bien todo. De todo lo que en mi vida he hecho no me arrepiento de nada. De nada, excepto de una cosa. Años llevo pensando lo mismo, pero intentando engañarme. Para intentar verme mejor, no sentir, no mirar, no escuchar, seguiré engañándome. Seguiré pensando que con mi carrera he elegido bien. Seguiré pensando que si muero ya habré acabado mi carrera universitaria. Seguiré pensando que Ferrol es mi hogar.
Hace tantos años que nada se parece a lo que pedía que no puedo echar la culpa a este sitio. Debería darle las gracias por darme una oportunidad. Por alejarme del todo y de la nada. Pero no puedo. Representa mi etapa de transición entre el todo y el mundo. Representa las limitaciones que nunca tuve. Un día compré un coche y pensé que todo estaría solucionado. Que podría escapar cuando quisiese. Pero no es así, ni nunca lo será. Antes de venir aquí yo era feliz buscando un lugar lejano. Ahora ni siquiera sé lo que busco. Solo sé que lo que busco no es un lugar.
Y de tanto quemar velas se me cansan las yemas de los dedos al accionar los mecheros. Día tras día. Noche tras noche. La imaginación se me acaba y ya no sé qué querer. Asqueado de ir siempre demasiado rápido, de que todo el mundo vaya tan despacio. No puedo ir más despacio cuando sé que si lo hago me quedaré solo. Solo frente a un enano de piedra que sostiene una pesada pila bautismal.
Debería llevar otro ritmo de vida, pero eso es precisamente de lo que me priva esta ciudad. Su falta de vida, imaginación, fuerza... no hay nada aquí a lo que me pueda adaptar ni a lo que me pueda agarrar. Es un mundo cerrado en un futuro pesimista.
Y aunque me sienta dolido y marchito. Aunque no vea un ápice de fuerza en mi interior, seguiré adelante. Conseguiré exactamente lo que busco a corto plazo. Si me defrauda ya tendré ocasión de odiar, destruír, morir. Pero no ahora. Ahora haré que todo lo que crea que me está ganando la partida se estremezca hasta sus entrañas. Haré de mí un ser digno de Nieztche. O eso intentaré, que tampoco se crean que hay aquí para frenar una Lambretta a escupitajos.
Iré a donde quiera cuando yo quiera, y nada ni nadie me importarán lo suficiente. Total, nunca encontraré lo que busco en realidad, asique... ¿qué más dá? seré el mismo que era antes de conocer a quien casi cambia mi vida por algo mejor. Y seré el mismo que después de conocerla. No me importa, pues simplemente es ver truncado un cambio de vida, no un cambio en sí. Todo sigue igual.
Cuando empecé la universidad creía que tenía ventajas sobre los demás debido a mi experiencia vital. Debido a haber vivido y visto demasiadas cosas. Ahora realmente me doy cuenta de que hay cosas que sería mejor desconocer. Que conociéndolas estoy en desventaja. Y todo esto entrando a los 18... ¿Qué sería de mí si entrase ahora? Ni puñetera idea. Ni me importa. No soy de los que se plantean el pasado. No merece la pena.
Una vez dije que un piano sonaría algún día. Ese día no ha llegado, pero he dejado la tapa abierta. Y creo que solo hay una persona a la que deje sentarse ante él. No le será fácil, como tampoco lo ha sido para mí. Deberá tocar mi metamorfosis preferida.

martes, 24 de mayo de 2011

En blanco y negro


Crees que mi sonrisa es puro compromiso. Que sigo pendiente de algo que quiero para mí. Aún miro tus fotos y veo la felicidad que busqué durante años y tuve por poco tiempo. Tras esos ojos cargados de sueño y vivaraces al mismo tiempo sigo recordando noches sin fin perdidas tras el humo de un cigarro. Despertares noctámbulos entre cosquillas de pieles suaves y cabellos enredados entre sábanas blancas.
Risas de eterna felicidad a discreto volumen y oídos en las paredes. Oídos en todas las paredes. Nadie se perdía lo nuestro. Cotilleos, celos, violencia, drogas y ruina nos amenazaban y temían al mismo tiempo. Como un cazador vulnerable acecha a una fuerte presa. Y no nos importaba. Nos traía sin cuidado toda amenaza.
Quiero decirte todo lo que te quise y lo que aún te quiero. Pensándolo mejor no diré nada que pueda hacerte perder el tiempo conmigo. Todo lo que tienes que saber lo sabes, pero es hora de pasar página. Lo que me hace sentir optimista es suponer que ahora tienes lo que quieres y eres feliz. Suena a ridícula escusa para convencerme a mi mismo, pero no lo es. Hoy he visto una foto más y me he reído. No esperaba esa reacción en mí, pero así sucedió. Y me alegro. ¡Me alegro! Increíble. Tantas ocasiones que he tenido para alegrarme y tiene que suceder ahora. Simple efecto retardado.
Te quiero, así que haré lo mejor para todos. No voy a ser el que te estorbe. Ahora las noches serán más cortas y todas tus fotos estarán en blanco y negro.

lunes, 6 de diciembre de 2010

El trozo de carne


A veces cuesta saber si algo que has visto es real o simplemente imaginación. Con ferecuencia estos episodios ocurren cuando uno se encuentra cansado y su mente no puede analizar correctamente lo ocurrido. A veces, incluso, estas situaciones parecen relacionarse unas con otras sin tener aparentemente mucho que ver. No es posible relacionar los hechos de forma física, pero la mente lo hace por analogía de sentimientos. Es algo común y preocupante.
Acababa de coger el coche. Todavía estaba pensando en acordes y punteos de blues. Pensaba en cómo enlazar escalas, en lo que el dedo que me había cogido con una puerta el día anterior me impedía practicar debidamente. También en el uso de un tubo metálico que Lucas acababa de darme a modo de "slide", cuyo aprendizaje todavía tengo pendiente. Pensaba en un ritmo de batería. En un sonido agradable. No había puesto música. Todo sonaba en mi cabeza.
De pronto, un sueño, quizás un recuerdo lo interrumió todo. Veía el interior de mi coche en un paisaje otoñal. También veía dos ojos castaños llenos de picardía. Largas cabelleras. Pero la belleza desaparecía por un momento en todo el entorno. Mientras el paisaje se tornaba invernal, la mirada se fundía en miedo e ira. El pelo se rizaba hasta enredarse por sí solo. Incluso los finos labios rosados se tornaban azul oscuro. Casi negro. Sus brazos adelgazaban con su expresión y en ellos podían adivinarse los huesos y capilares que antes no parecían existir. Parecían en tensión. Su mirada ya no se perdía en la mía, sino en el vacío. Algún vacío existente justo ante mí. O quizá yo fuese ese vacío. Quizá yo no estaba ahí hasta que aparecí sin más aterrorizando a la misma naturaleza. Sentía que ese no era mi sitio. Y ella tampoco debería estar ahí, o eso parecía leerse en sus ojos. Se revolvió de forma aterrorizante y salió del coche sin cerrar la puerta. Se fué caminando sin mirar atrás mientras intentaba decirle algo. Pero sin poder soltar palabra. Y al mirar al otro lado encontré mi puerta abierta. ¿Qué significaba aquello? Yo no la había abierto. Incluso recordaba una situación parecida a todo aquello, pero nunca con el cambio de paisaje ni del aspecto que ella tenía. Nada tenía sentido. Quizá en una visión así se viese más profundamente los sentimientos que en la realidad, pero seguía sin tener sentido. ¿Y la puerta? ¿Realmente era yo mismo en ese lugar? ¿En qué espacio temporal y físico me encontraba? Conozco bien mi coche, y el primer sitio que se me ocurrió mirar para comprobarlo fué el cuentakilómetros. Doscientos cincuenta y dos mil setecientos cincuenta y tres. No. Eso no era ya un sueño. Todo estaba demasiado oscuro, como cuando cogí el coche. Levanté la vista y ví frenar Seat León rojo que iba delante. Y por debajo de él, a gran velocidad algo apareció en medio del asfalto pasando con la misma rapidez por los bajos del mío. Justo por el centro. Pude sentir el suave roce con las defensas y las piezas metálicas. Demasiado suave. Como un trozo de carne al posarse sobre un plato. El conductor de delante parecía aterrorizado. No sobrepasó los sesenta kilómetros por hora en el resto del trayecto. Algo estaba claro. Él lo había visto, pero no estaba seguro de qué era exactamente. Lo mismo que yo. Lo único que vi fué un montón de vísceras y huesos. Sin piel. Sin forma. Nada que identificase el tipo de animal que pudo haber sido. Algo sí quedó claro: era muy grande para ser un perro e incluso un corzo.
La intriga hizo que mirase los periódicos, pero nada raro apareció. Dos días después volví a pasar por el mismo lugar a una hora con más luz. No había ni rastro de nada. Ni sangre, ni tan siquiera una zona más húmeda. Y aún así, noté como si algo se removiese en el asiento del copiloto visto de reojo. Hasta parecía una cabellera oscura escondiéndose en algún rincón.
Pese al sentimiento de inquietud que esto me causó, terminé por reír pensando en las cosas que la mente puede llegar a inventarse. Pero... ¿Y el otro coche? ¿Había visto lo mismo? Mi risa se atragantó al mirar por el retrovisor: un Seat León rojo me seguía.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

La camarera. Segunda parte


Eran felices. Y podrían seguir siéndolo durante mucho tiempo. Pero un día alguien tocó al timbre. Juan estaba trabajando. Era un antiguo cliente llamado Armando. Un hombre de unos sesenta años. Bajo y de pelo blanco. Con una lucidez y forma dignas de alguien con veinte años menos. No le gustaba lo más mínimo volver a verle. Recordaba que a pesar de haberla tratado siempre bien, era un hombre orgulloso y un tanto déspota. Además estaba casado.
-Hola monada
-¿Qué quieres?- no se atrevería a desprender la cadena de la puerta.
-Hablar contigo. Creo que te puede interesar mucho lo que vaya a decir. Espero que me entiendas, ya que veo que todavía te cuesta nuestra lengua.
-Sea lo que sea dilo desde ahí. No pienso abrirte la puerta- él puso una sonrisa exagerada. Casi insultante.
-Pues tendrás que abrir la puerta o poner un banco delante, que este pobre anciano no puede estar de pié mucho tiempo.
-Pues ve al grano y podrás irte antes- se puso más serio.
-Bien. Dos cosas. La primera que te echo de menos y quiero volver a acostarme contigo. La segunda que te conviene abrirme la puerta. Juan es mi amigo y no me gustaría dejarle sin trabajo por tu culpa.
-Pero...
-No es necesario que lleguemos a esos extremos. Seguro que podemos entendernos muy bien- volvió a sonreír. Ella dudó, pero acabó por abrir la puerta. Él entró y se sentó en un sillón del salón. Mientras la miraba de arriba a abajo siguió:
-Seguramente oirías decir a la gente que tengo mucho dinero y poder. Sencillamente eso me da igual. Yo simplemente hago ofertas y punto. Sé que andáis mal de dinero y creo que puedo ayudaros. Hoy estoy generoso.
-No voy a prostituírme
-No te voy a pedir tal menester, querida. Siéntate y escucha con atención- lentamente, ella fué haciéndole caso.
-Resulta que hace tiempo, en el local de aquí abajo, había un bar que yo frecuentaba. No era gran cosa, pero me gustaba. Me gustaban sus tapas, me gustaba su bebida y me gustaba su camarera. Ahora está cerrado y se me parte el alma. Del mismo modo que cuando Juan me pidió dinero. Yo sabía para qué era. Era para sacarte de aquel tugurio y cambiarte la vida.
Ella no podía creer lo que oía. Sentía dolor de deberle algo a aquel hombre. Recordaba a Juan decir: "no le deberás nada a nadie". Se vió desesperada mientras escuchaba a Armando:
-Quiero que ese bar vuelva a abrir, asique lo voy a comprar. Quiero que vosotros dos os encargueis de él. Os pagaré bien. Además, vivís justo encima. Es el sueño de cualquier hostelero.
La pobre mujer estaba hecha un ovillo a la esquina del sofá. Sabía que era una oferta espectacular. Pero al mismo tiempo también sabía la condición a la que estaba sujeta: tenía que acostarse con él. No una vez, sino asiduamente. Con lágrimas en los ojos dijo:
-Bien ¿Cuando quiere acostarse conmigo?
-Ahora mismo, por ejemplo
Pese a verse obligada a recibir estas visitas casi a diario, comenzó a trabajar en el bar. Ya en la inauguración se llenó de gente. El negocio prometía. Desde el primer momento tuvo clientela. Juan también atendía del bar pese a no haber dejado su trabajo. Armando estaba encantado, pese a que no había pedido una gran comisión. Los que atendían en la barra eran socios, no trabajadores de contrato. La joven nunca había visto tanto dinero en sus manos.
Pensaba en su pasado miserable, sus penurias, sus desgracias como algo que ya nunca volvería. Tenía ya veintiún años y la vida solucionada. Con todos los pagos al día y un sitio privilegiado en el que vivir. La felicidad apenas se rompía con las visitas del anciano. Aunque se sentía comprada, no le importaba ya.
Todo parecía ir bien. No faltaba dinero. Su trabajo era estable. Después de un tiempo, Juan y ella decidieron tener un hijo. No tuvieron ningún problema. Contrataron como camarera a una de sus ex-compañeras y recibieron ayuda de amigos, principalmente de la madre de Marcos. A los nueve meses nació Gabriela. Del mismo color aceitunado que su madre. Con sus oscuros ojos. La cara era inconfundible como la suya. Y del padre heredaba unas grandes orejas, "aunque no tan feas" dirían algunos bromeando.
Tras un año perfecto y con el permiso de Juan, ella pudo traer a su hermana de Sâo Paulo. La contrataron de camarera y vivía con ellos. La caja registradora seguía sin resentirse.
Al bar llegaban marineros y trabajadores del puerto, además de obreros. Apenas había jóvenes. Y con ese ambiente pronto chocaría Gabriela. Cuando empezó a ir a la guardería, después se pasaba las tardes jugando en el bar. Los problemas en un bar de este tipo no empiezan por la noche, sino a cualquier hora. Con tan solo cuatro años convivía a diario con gente alcoholizada. Respiraba el humo del tabaco y contestaba impertinencias de clientes poco amables. Veía a sus padres cada vez más cansados mandarla a dormir, y les veía llegar a casa embriagados. Aquellas dos personas felices que le habían enseñado todo se habían convertido en dos infelices. Dos personas agobiadas por la gente y el alcohol. Su madre había engordado mucho. No intentaba cuidarse. La vida no la trataba lo suficientemente bien.
Muchas camareras habían pasado por el local y se habían ido ya. El dinero ya no sobraba. La gestión que la pareja hacía del local era cada vez peor. Tan solo quedaban sus padres y su tía, aunque esta estaba embarazada. A veces Armando era el que atendía en la barra. Juan ya sabía que se acostaba con su pareja, pero nada podía hacer si no quería que les quitase el bar. A veces tenía discusiones con ella:
-¡Maldigo el día en que aceptaste esa asquerosa oferta!
-¡Tú también aceptaste su sucio dinero para sacarme de aquel tugurio!
-No a cambio de sexo
-Si le dijiste que era por mí y aceptó debías suponer algo así.
-Nunca se lo dije. ¿A qué viene eso ahora?
-Él me dijo que lo sabía.
-Sabes perfectamente como es. Si por él fuese estarías todavía en el club para que te pudiese ir a ver a diario. No le dije para qué era el dinero. Además, tuve que devolvérselo. ¿Todavía crees que es un santo?
-¡No!- y se encerró en el baño a llorar.
Y aguantaron mucho esta situación, pero el alcohol pasa factura. Los insultos e impertinencias de Armando irritaban a Juan cada vez más. Armando era un hombre vanidoso y jactancioso. Parecía sentirse orgulloso de que Juan le odiase, aunque no tenía conocimiento de que también sabía de su secreto. El joven muchos apretones de dientes tuvo que soportar y muchas frases hipócritas tuvo que decir.
Pero un día no soportó más la presión y se abalanzó sobre Armando. Le atizó en la cara sucesivas veces. Le golpeó en las costillas. Sentía su rabia desaparecer con cada crujido que escuchaba en el cuerpo del anciano. Seguía golpeándole mientras el otro apenas podía defenderse. Una tras otra pero nunca llegaba el final. Cuando paró se quedó quieto, de pié, mirando a su víctima en el suelo esbozar una sonrisa de victoria.
-Estupendo, Juan. Veo que lo sabes todo. Ahora se acabó todo. Estoy deseando verte en la cárcel de Teixeiro.
-Cállate maldito gusano- decía mientras le ayudaba a ponerse de pié -¿Sabes lo que va a pasar ahora?- Armando nunca había visto a Juan tan enfadado. Su esbozo de risa se borró cuando éste le agarró por la nuca y puso su cara mirando a través del gran cristal del lado de la entrada.
-Juan, no lo hagas. Es una locura. Lo perderás todo- Y sin hacerle caso, Juan guió su cara con fuerza a través del cristal, que provocó el ruído más escandaloso jamás escuchado dentro del bar. Y así el agresor se marchó caminando sin mirar atrás. No le volverían a ver. Ni los testigos, ni Armando, ni su amante, ni su hija. No volvería al lugar donde se sintió humillado durante años.
Todo el mundo podía recordar aquel cuerpo tirado contra un coche, cubierto de cristales y restos de sangre. Nunca nadie había imaginado que alguien tuviese el coraje de hacerle eso a Armando. Sería una sentencia. Una locura.
Las hermanas brasileñas fueron a verle al hospital. Él se negó a recibirlas. Estaba muy enfadado. Sabían que el bar cerraría. Tarde o temprano él saldría y si hiciese falta reduciría el edificio a cenizas.
Al día siguiente la policía con un agente de los servicios sociales entró en el local cerrado y se llevaron a Gabriela. Lo hicieron arrancándosela de los brazos a su madre. A la joven de venticinco años que se resistía violentamente a que se llevasen a su hija la golpearon sucesivas veces. Quedó en el suelo derrumbada entre lágrimas y gritos desesperados. Sabía por qué habían venido. Sólo Armando podría haberlo hecho. Juró que le mataría. Que le haría sufrir más que lo que nunca hubiese sufrido.
Poco después se levantó dolorida y fué junto a su hermana a casa. Le dió la cartilla del banco y le dijo que sacase todo el dinero de ella y se fuese lejos. Que iniciase una nueva vida con lo poco que había y se olvidase de ella. La convenció.
Todas esas cosas debe tener ahora mismo esa mujer en la cabeza mientras me sirve el whisky con hielo. Hoy no ha bebido. Sus ojos están húmedos. El bar en silencio. Nadie se atreve a romper el luto. Nadie se fija hoy en el destrozado Joaquín, apoyado moribundo sobre la barra. Nadie se atreve a pronunciar el nombre del bar que hace honor al perro de Armando. Tampoco existen las agallas para decir alguna frase de esperanza que pueda tocar lo más mínimo una herida que todavía escupe sangre.
A mi derecha, al lado de la salida, el hueco del gran cristal ha sido burdamente tapado con un plástico. No parece que vaya a venir nadie a arreglarlo.

(Historia basada en hechos reales)