Pavimento de grandes piedras que mis pies cruzan con torpeza bajo la lluvia. Me preguntan con gracia si esquivo las líneas de separación, a lo que respondo que sólo trato de no pisar los charcos. Calles estrechas de luces amarillas, piedra y bares. Cientos de pequeños bares y tabernas con siglos encima. Gente por doquier, entre sonriente y pesarosa, ocupa la calle con sus voces eclécticas. Todo en un trozo de ciudad vieja y viva del primer piso de las casas para abajo, siempre con su tonalidad anaranjada y brillante.
Entramos en un bar en cuya barra nos esperaba nuestro sitio, como si estuviese reservado desde su apertura en el umbral del pasado. Tomamos posición y pedimos dos copas.
-Veo que venís sin el tercero.
-Déjalo descansar, que ayer ya tuvo bastante- y nos reímos.
-Está viejo ya- dice mi tío.
-Pero aquí estamos nosotros dando el callo.
-Como tiene que ser- dice el camarero mientras se marcha a atender a más gente.
-Hoy voy a marchar pronto, pero parece que ya llegaron los estudiantes y te espera una noche interesante.
-Sí, hay más movimiento que estos días. Huele a hervidero.
-Mira que bombón. Los jóvenes de hoy estáis rodeados de mujeres apetecibles- reímos.
-Desde luego, y no hay tanta religión como en tus tiempos.
-Eso es un gran avance.
De pronto una joven que se encontraba a mi lado me pidió que le sacara una foto con sus amigos. Accedí, y mientras miraba la pantalla de la cámara tuve una sensación de calidez extraña. Como de conocer a alguien sin realmente verlo. Al momento pude escuchar una voz diciendo "¡Elías!". En el mismo plano de la foto reconocí a quien me llamó.
-¡Hola, Rebeca! Sí que hace tiempo que no te veo- dije mientras le daba dos besos.
-¡Ya! ¿Qué tal?
-Bueno, vivo, ya ves... ¿Tu estás aquí en Santiago, entonces?
-Sí, en medicina.
-Bueno, parece que solo conozco a gente de medicina y enfermería- reímos.
-¿Tu también estás aquí?
-No, yo en Ferrol... en el infierno, perdón... Inferniño. Estudio.
-Pues bien, no?
-Como dije antes... vivo.
-Pues nosotros nos vamos ahora para otro bar, dicen por aquí.
-Bueno, yo me quedo aquí algo más con mi tío... ya nos veremos más tarde- esto último con una cómica cara que no me importó como fuese pero supongo que parecería decir "me tarda verte desnuda". A lo que respondió con dos besos y una sonrisa.
Volví junto a mi tío.
-Vaya amigas te gastas. Eso sí, la cara es mejorable.
-Todo en este mundo es mejorable, Nené.
-Mi forma de follar no- reímos a carcajadas.
-Modestias a parte, no?
-Yo tengo mis técnicas aplicadas a la espalda que las hace gritar- él sacando a la luz sus armas de seducción.
De pronto pensé en ese momento de luz tenue. Estando encima obviamente es más difícil deslizar las manos por la espalda, pero queda ligeramente accesible la zona lumbar. Empiezo acariciando suavemente desde el sobaco hacia atrás y bajando hacia la cintura. Siempre con la mano cómoda para abrirse y cerrarse ligeramente creando una sensación de onda de mar. La paseo por el vientre, el cuello, los pechos. Abro siempre el sostén con la mano izquierda mientras juego con la derecha. No permito ningún lapsus de movimiento. Una vez en acción la cosa cambia.
-Tengo una técnica perfecta para la espalda- dice él mientras echa un trago- todo con los dedos.
-Entre la yema y la uña.
-Eres más Recio que tu padre, cabrón.
-Y tan Prieto como mi madre.
Horas más tarde deambulo yo solo por las calles más modernas de la ciudad buscando gente conocida. Los alrededores de la Plaza Roja interrumpidos por la humareda de un pitillo. Me siento un crack localizando gente cuando estoy solo. Voy a los sitios con puntería sin tener ni idea de donde están. Algunos dicen que el ser humano es capaz de sentir a otros seres vivos a cincuenta kilómetros. Yo a veces no sé cuándo me siguen, asique no debo de tener ese sentido tan desarrollado. Lo poco que consigo lo saco de la intuición.
Me paro a la puerta de un pub. El ambiente es realmente pijo. Supongo que mis barbas causarían algún tipo de aversión en los porteros si me dispusiese a entrar. Me quedo fuera esperando a la nada.
-¿Tienes un cigarro?- pregunta una chica que acababa de salir en ese momento.
-Claro- le di uno.
-¿Menuda noche, no?
-Sí, mucha gente. ¿Qué tal está este sitio? Esque no conozco mucho esto.
-Bien, buena música, gente guapa... deberías estar dentro.
-¿Tu crees? No sé, ese tipo me mira raro- dije señalando a un portero -y eso que sé que señalar es de mala educación- se rió.
-Vente conmigo y verás como entras.
-La verdad no estaba intentando entrar, pero si insistes...
-¿Vienes solo?
La miré un poco y descarté la idea de entrar en su juego. No por que no me pareciese guapa. No por cansancio. Por ninguna razón en especial. No me apetecía hacer nada.
Por primera vez en mucho tiempo no me apetecía hacer absolutamente nada. Y ese hecho de no hacer nada me parecía divertido. Me sentí la persona más vaga del mundo por un día y disfruté de ello. Perversos placeres de los locos, dirán.
-Más o menos.
-¿Y eso? ¿Buscas a alguien?
Ahí me acorraló. Si decía que no, entonces tendría que romper mi tranquila estancia a la puerta del local y entrar con ella. Si le decía lo contrario debía hacer lo mismo pero largándome. No sabía qué hacer durante unas casi angustiosas fracciones de segundo, pero enseguida tuve una brillante idea:
-Busco a una amiga- vaya mierda de respuesta para tanta comedura de olla.
-A lo mejor te puedo ayudar. ¿Cómo se llama?
-Rebeca.
-Creo que no la conozco.
-No importa, seguiré buscando. Gracias.
Se me hizo divertido. Ahora podía divertirme con cosas de lo más estúpidas. Pues así seguí vagando solo, rechazando compañías y tomando copas. Todo mientras caminaba con paso de duende por las calles de una ciudad encantada. A toda pregunta por mi vida yo respondía que buscaba a Rebeca.
¿Qué pensarían mis padres de mí? ¿Que soy Recio o soy Prieto?