lunes, 12 de julio de 2010

Ortigueira

El sol está en su momento más molesto. La piel se resiente con su calor. Las dunas siguen siendo hermosas a pesar de lucir basura y algún que otro excremento. La arena, con su tonalidad oscura, hace que los ojos no sufran tanto la intensa luz del mediodía. Cientos de personas han pasado ya por delante de mí sin tan siquiera advertir mi presencia. En este momento no estoy aquí para llamar la atención, tan solo observo el diminuto horizonte entre la Estaca de Bares y Cabo Ortegal. Es un lugar paradisíaco.
Lejos del silencio, se escuchan conversaciones absurdas, gritos salvajes, ritmos de distintos instrumentos de percusión y acordes de guitarras de muy distintas calidades. Hay tiendas de campaña por todas partes, cientos, miles. El alcohol es el desayuno, el almuerzo y la cena de la mayoría de asistentes. El tabaco es un preciado tesoro y, en manos de muchos, un complemento para los derivados del cáñamo.
Se escucha hablar de todo tipo de drogas, y ya es la segunda vez que se acercan a preguntarnos si queríamos algo. Para mí la cerveza, el vino y el tabaco han sido las únicas drogas a tener en cuenta. Los porros no son tan malos como las leyes dicen, pero no son para mí.
Camino durante largos minutos. La zona de acampada está llegando a su fin.
-¡Yo quiero un tripi!- una chica alza su voz sin ningún complejo. Sinceramente no me importa lo que haga con su cuerpo, pero es algo arriesgado y con poca utilidad a mi parecer. Sepa o no sepa lo que se sienta tengo una cosa clara: yo no quiero un tripi.
Otra duna alta me da una panorámica espectacular de lo que me queda de arenal por delante. Hacia la izquierda el mar y la boca de la ría, con una isla a la que se puede acceder recorriendo una enorme esplanada de agua con una profundidad que no supera las rodillas. A la derecha otro llano semisumergido, una inmensa masa de agua que compone la desembocadura de un río, con pantanos en la lejanía. Todo esto rodeado de verdes montes.
Lo doloroso será volver al bullicio y darse cuenta de que la mayoría no tiene ni idea de la belleza de este lugar más allá de ese campamento. No necesito drogas pudiendo vivir Ortigueira en todo su esplendor. Dicho esto, y sin dejar de pensar lo mismo, me hago con una cerveza y me acerco a los vecinos con una darbuka (o como se llame).
-¿Quien coño se viene a la carpa reggae?- Fácilmente se levantan dos
-¡Vamos!- Responden mientras guardo la cerveza en un bolsillo y me enciendo un cigarro. El comienzo son palabras y sorbos de bebidas alcohólicas. El resto no es más que percusión.

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