lunes, 5 de julio de 2010

Toquemos

Los largos días de verano son un cambio absoluto de vida. La tranquilidad tiene que llegar, tarde o temprano. Son días en los que la tortura de la inspiración no llega fácilmente. Mejor, hay más tiempo para tomarse las cosas.
Horas que pasan... días, semanas. Parecen la espera de que algo llegue, algo que desconozco. No importa lo que sea, la espera es palpable, se respira. Algo amenaza con llevárselo todo, y ni siquiera sé qué es todo. ¿Me gusta? No, apesta, pero no puedo hacer nada para remediarlo. Ahí está la música para hacerlo más llevadero. Con la música se puede decir cualquier cosa. No sólo las palabras o los sonidos. La actitud, el estilo, las maneras. ¿Hay algo más hermoso que el paseo fluído de los dedos por el mástil de una guitarra? Sí, es posible, pero no voy a hablar de ello ahora. No es momento de decir cosas verdes. Me conformo con ver rápidos movimientos a través de la madera de palorosa, pareciendo no existir las seis cuerdas que se aprietan y mueven al antojo de un buen guitarrista.
La cuelgo sobre mis hombros. Es una carga considerable que rebaja mi espalda pero levanta mi espíritu. Vibra al querer oír el complemento de mis palabras. Sonríe con las caricias rítmicas que practico sobre sus cuerdas, a veces vagas e imprecisas, a veces fuertes y decididas. Si la suelto las sombras se abalanzan sobre mí, y creedme si digo que pesan más.
No soy un buen guitarrista, pero no necesito serlo. Me conformo con aportar lo que pueda. Después de todo a alguien le tendrá que gustar.
Lo de cantar queda para determinadas ocasiones, además, mi voz es grave, a veces rasgada y con un registro reducido. Lo que importa no es la voz, sino lo que tenga que decir. Si además de eso suena bien, perfecto.

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