lunes, 26 de julio de 2010

¿Para qué mentir?

Nada. Ni ver, ni tocar. Frases bonitas sin ánimo de lucro. Despedidas amargas y vacías. Otra forma de perder el tiempo. Mi vida se consume al ritmo de un cigarro, y esto no es lo que busco. Sumido en la pasividad y buscando el deseo. Harto de no dar un sólo paso al frente por miedo a caer un centímetro más abajo. He detestado las distancias, pero todo lo que tenía lejos ya se ha perdido. La culpa fué mía por no saber buscar las cosas donde tienen que estar.
Hace tiempo que siento como si le hubiese quitado el filtro a la vida, aunque no consigo acostumbrarme a su sabor. Me queman ya los dedos, pero no quiero quejarme. Seguiré fumando esto hasta que me queme los labios. No me rindo.
Una vez hace años, alguien bastante mayor al que no le debo mucho le dije que yo era un infeliz (y lo era). Él me respondió que no me creía, decía que mi sonrisa no reflejaba ni un ápice de infelicidad. La respuesta a esto es que se me da muy bien mentir. Es un don asquerosamente eficaz, del que reniego totalmente. He decidido vivir sin él, asique he tratado de ir hilando todo para no tener que mentir más. Lo cierto es que es imposible, pero al menos se puede decir que casi nunca miento. Me gusta la verdad y, duela o no, pienso decirla siempre que no hunda a nadie. Por eso empiezo este recuerdo reciente:
Doy la última calada a un cigarro, y esto no se corresponde con las referencias anteriores, que pretendían ser una metáfora (al gusto del cliente, a mi me parece bastante mala, pero adecuada a lo que quiero expresar). Salgo al exterior como si no buscase a nadie, con una actitud de "tomar aire" tras el agobio dentro del pub. Miro a los lados con cara de cansancio y no encuentro lo que busco ni calle arriba ni calle abajo. Tan solo veo borrachos desconocidos. Si alguien piensa que yo he bebido está terriblemente equivocado. He pasado horas bailando como si hubiese bebido litros de alcohol, pero lo que me ayudaba no era eso, sino la compañía. Todas las personas que tenía a mi alrededor eran la combinación perfecta para esta noche. Y he pasado horas dominando lo que yo quisiera pero sin la puntería y la capacidad de dar el beso que acabaría con mi ridículo tormento. Me daría una colleja, pero en lugar de eso prefiero reírme. Funciona mejor.
Y estando aquí fuera, pese a no ver a nadie conocido y haber dejado a los amigos dentro no me siento solo. Siento que debo vencer al cansancio y seguir buscando, porque sé que está cerca. Quizás pueda sentir su mirada aunque me dé la espalda. Y tan cerca. ¿No se me pudo ocurrir antes mirar hacia delante? Hasta me pareció ver como si esos preciosos ojos castaños se desviasen para que no los viese mirarme. No tengo forma de confirmarlo, ojalá fuese así. Me acerco al grupillo de cuatro personas a compartir las pocas penas que me quedan tras tenerla cerca.
No me mira. Parece triste y enfadada. Es difícil conocer a alguien que te contagie su estado de ánimo. Ella conmigo lo consigue. No puedo decir nada. Quizá la esté amargando. Allá se van ella y otra gran amiga a otro lugar a hablar de "cosas comprometidas de mujeres". Mientras, nos quedamos los restantes a hablar de "tonterías de hombres", mucho más sanas y desenfadadas.
Esta noche me lo he pasado en grande, aunque me voy con un hueco para algo que faltó terminar. Los aprendidos también hacemos el tonto.

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