martes, 31 de agosto de 2010
El jinete arrepentido
El jinete cabalga por un hermoso bosque virgen donde la naturaleza brilla con todo su esplendor. Las rocas le obstaculizan, al igual que los verdes y mullidos arbustos, mientras escucha el cantar de los pájaros cual plena primavera. Esquiva ramajes y telas de araña constantemente, cosa que le exaspera. Es el primer ser humano en pisarlo aunque, como siempre, no se vale de sus propios pies. Se siente vivo, fuerte, capaz de seguir cabalgando para encontrar un lugar mejor donde pasar la noche.
Poco a poco la vegetación va menguando, y con el tiempo empieza a ver diminutos poblados rupestres, algunos entre las rocas y hombres desnudos que se pasean en busca de animales de los que alimentarse. Son pocos e indefensos. Son parte del ecosistema, pero empiezan a imponerse sobre otras especies. Poco a poco se van haciendo más fuertes y sus útiles de caza van mejorando. Más adelante ya parece que las viviendas con techo se van haciendo algo más normal y el jinete puede ver algo nuevo en su trayecto: un claro en el bosque. En él asoman unos brotes de hierbajos que parecen haber sido plantados por los indígenas. Siente que el lugar se le va haciendo menos inhóspito, pero aún no le convence el desarrollo de esas gentes. Delante suya ya no ve tantos ramajes y bajo sus pies comienza a hacerse un hueco en la maleza. Poco tarda en aparecer el camino.
Sigue avanzando, ahora más cómodamente y a un ritmo más acelerado. Puede ver que cada vez que ve a algún ser humano ahora llevan un atuendo bastante primitivo. Sus herramientas son más sofisticadas y las casas de los poblados parecen de piedra con techos de paja. Incluso puede ver jarrones de barro. El jinete se alegra. Está seguro que va por el buen camino. Tras un rato se sorprende: ha visto lo que parecía una espada. En esa zona y trabajaban el metal, posiblemente el cobre. Los fuegos que antes ocupaban el centro de los poblados dejan de verse, ahora asoman entre ventanas hechas sobre las paredes de las edificaciones. Ya no todas estas parecen viviendas. Se da cuenta de que hay animales dentro de algunas, aunque posiblemente ya ocurriese más atrás. También hay amplios campos de cultivo. El bosque se divide en amplias extensiones que rodean grandes llanuras.
El jinete avanza ahora sobre un camino de piedra. Puede avanzar a mayor velocidad con menos esfuerzo y pasa rápidamente al lado de un carro tirado por una mula. También puede ver caballos pastando en los prados. Alcanza a ver lo que ya no parece una aldea, sino un pueblo. Los edificios además de estar construídos en gran variedad de materiales son muy distintos unos de otros, lo que hace pensar que sus usos deben diferir en gran medida. Las ropas de los lugareños parecen más elaboradas, incluso distingue fácilmente las de los campesinos y soldados, además de las de los pobres y los ricos. El jinete avanza con una gran sonrisa saludando amablemente a aquellos con los que se cruza. El poblado se termina, pero no tarda en aparecer una gran urbe con calles empedradas y grandes espacios monumentales. Hay bastantes excrementos en el camino, pero al ginete no parece importarle. Está maravillado con la hospitalidad que le brinda el lugar. Muchos lugares parecen inaccesibles a la mayor parte de la gente, pero él no tiene problema. Tiene riquezas suficientes para todo lo que necesita y más. Puede ver elegantes vestimentas, increíbles lugares de aseo, hermosas viviendas, ornamentos de toda clase, alimentos impensables poco más atrás e incluso casas dedicadas a comerciar con actividades sexuales. El jinete no da crédito a la diversidad que hay ante sus ojos. Todo se va refinando según avanza por un elaborado pavimento que separa a los viandantes (que ya ninguno va descalzo) de los caballos y carretas. Todavía queda tiempo antes del atardeces, asique el jinete sigue su andadura.
La calzada de piedra desaparece de pronto y disminuye el ritmo de su marcha. Otra vez aparecen pequeños poblados, pero ahora son rudimentarios y pobres. Se arremolinan alrededor de elegantes construcciones militares. La gente del campo parece curtida y maltratada, mientras la que vive en los fuertes parece gorda y sedentaria. Pese a su aspecto, no renuncian a su condición de aristócratas y visten como si no tocasen un instrumento de trabajo en su vida. El jinete empieza a pensar que ha tomado el camino equivocado, pero decide avanzar al frente apretando el ritmo. Aún así no puede ir demasiado rápido. Ve lo que parece una ciudad amurallada. La calzada vuelve a aparecer, pero es ruda y agreste. Su efecto parece peor que el de un camino de tierra. Atraviesa el portón abierto de la muralla con desconfianza y ve un mundo de piedra. Parece al mismo tiempo rústico y monumental. Sin duda, es extravagante. Puede oler la humedad, los restos de basura y la podredumbre, cuando unos metros más adelante huele a las flores de un comercio. Quizás para celebraciones, quizás para difuntos. Mismo se encuentra una vieja casa a punto de derruírse, como pegada a su pared una elaborada e indestructible iglesia de ornamentos exagerados. Las calles son estrechas y se entremezclan los pies descalzos y los excrementos de animales. Al jinete no le gusta el lugar, asique sigue cabalgando. Decide salir a toda costa, sin mirar a su alrededor, donde fluyen multitud de distintas construcciones religiosas, militares y civiles que van creciendo en tamaño. Cruza jardines exageradamente grandes y pomposos, pasa al lado de fuentes enormes, de fachadas de mármol, de inmensas plazas bien pavimentadas sabiendo que todo no es más que la cara amable de una cruda realidad. En la lejanía puede ver pilas de cadáveres y mosquetes apuntándole. Gente furiosa y gente indiferente. Pasa por lugares donde la mierda del suelo es humana, y donde el orín se usa para curar infecciones. Donde las amputaciones son habituales. La guerra es más intensa ahora.
Apretando al máximo a su caballo, el asustado hombre sen encuentra en una amplia llanura donde puede ver una negra humareda en la lejanía. Cada vez más cerca, comienza a sentir más miedo. Puede ver dos raíles metálicos a un lado del camino y por ellos se acerca una enorme bestia de acero que se acerca a gran velocidad. El ruído es ensordecedor. El jinete piensa: "esto es el fin" y azota a su caballo para pasar rápidamente por el lado del tren sin tocarlo. Al verse envuelto en una nube de humo negro, siguió frontalmente, creyéndose en el infierno hasta que se vió de nuevo ante el mundo. Se sintió feliz. ¿La bestia le había perdonado? No, simplemente no le había atacado. Sintió que no era todo tan violento como creía. Al calmarse decidió reducir la marcha, pero bajo sus pies apareció un extraño pavimento. El caballo se sentía cómodo sobre él y avanzaba a gran velocidad sin esfuerzo. Se sorprendió al pasar al lado de un hombre que circulaba sobre un artilugio de dos ruedas que no llevaba ningún animal que le propulsase. Hasta juraría que era el propio hombre el que movía el artilugio con sus piernas. La calzada se fué haciendo más ancha y pronto empezaron a aparecer edificios sumamente elaborados. Amplios ventanales, gruesas paredes de rojo ladrillo, balcones con barandillas de hierro, grandes chimeneas, oscuros tejados... El humo salía de todas partes, y a pesar de haber todavía luz al aire libre, también parecía haber luz amarillenta dentro de muchas construcciones. Las calles estaban sorprendentemente limpias, y veía algunos grandes artilugios moverse solos por ellas con gente dentro. Algunos emitían un estridente pitido al pasar al invitado y le bramaban: "échate a un lado". También los viandantes se sentían molestos con su presencia.
Quiso salir de allí rápidamente, asique apretó la marcha sobre el suelo cada vez más efectivo. Sintió fuertes estruendos, grandes explosiones, atravesó grandes nubes de humo. Pudo ver pájaros de hierro, peces de acero, hombres de hierba... Pudo ver la desaparición de bosques, la matanza indiscriminada de hombres, la destrucción de todo lo que ellos mismos construían. Cerró los ojos mientras era atizado por arena de explosiones y salpicaduras de sangre. Siguió corriendo. Se acercaba el atardecer. Entre el polvo todavía brillaba el sol.
Repentinamente desapareció toda violencia. Sólo quedaba destrucción. Familias enfermas y hambrientas, niños muertos, fusiles tirados en grandes pilas, escombros que dificultaban el camino... La angustia era un olor, era algo respirable.
Poco a poco la destrucción fué desapareciendo para dar lugar a una extraña combinación de artilugios modernos y viviendas, al principio ruinosas, luego cada vez más elaboradas y extravagantes. Aparecieron imágenes que emanaban de extraños aparatos como si fuesen luces. Las calles empezaron a iluminarse de multitud de colores. La gente abarrotaba todo. El hombre debía cabalgar por la orilla de la calzada si no quería tener problemas. Los peatones parecían mofarse de él. Poco a poco, la oscuridad fue apareciendo tras las luces de farolas y coches ruidosos. Los edificios llegaban al cielo. Cada vez eran más altos y todo se hacía más y más sobrenatural. Llegó a estrmecerse.
Miró a su lado en una calle y vió en la lejanía una imagen, un recuerdo. Vió un frondoso bosque virgen, no tan frondoso como el que una vez vió, pero se enamoró de él. Sintió que aunque tuviese que cabalgar otra noche, o aunque tuviese que ir andando iría hasta allí y dormiría entre la naturaleza, indefenso de los animales que en él habitan, con los bichos rondándole el cuerpo, sin importarle nada. Su caballo, sin recibir su orden, tuvo su mismo deseo y empezó a correr en esa dirección. El hombre, feliz de la decisión de su caballo, gritó de alegría. Según se acercaban veían que todo no era más que una imagen impresa. Un gigantesco cartel publicitario. Pese a sentir la decepción no se quiso parar. Saltó rápidamente una pequeña barrera de cemento y luego otra metálica. Ni un segundo después oyó el crujido de las piernas de su córcel y ambos salieron despedidos a gran velocidad entre cristales y trozos de plástico. Volaron golpeados por la furia de una amalgama de acero, vidrio, plástico y personas. Se golpearon contra el suelo tantas veces que quedaron irreconocibles. Y el último suspiro de ambos... su último suspiro fué de alivio.
domingo, 29 de agosto de 2010
Relato "Sed enfermiza" para "La rosa de los vientos"
El calor es abrumador. Mi piel quiere sudar, pero no encuentra restos de agua en la sangre que le puedan servir. Lo primero que noto es mi lengua rozar contra los dientes como una lija. Lo unico medianamente reconfortante que encuentro es el tacto de las sábanas, pese a que éstas me hayan dejado fuertes marcas por todo el cuerpo. El aire está demasiado caliente para poder respirar bien. Cada bocanada de aire es un verdadero suplicio. Me dispongo a abrir los ojos, pese a que se resistan férreamente y vislumbro una cálida claridad veraniega. Todo ello acompañado de un inquietante silencio. Puedo ver una botella de agua vacía, sin restos de haber contenido nunca una gota. Me incorporo lentamente y con la torpeza de un enfermo. Al fin la luz amarillenta deja que pueda ver mi habitacion sin deslumbrarme. Las arcillosas paredes me recuerdan, una vez más, mi bohemia forma de concebir el hogar. Un olor nauseabundo me toca el olfacto mientras mis artificialmente afilados dientes se asoman entre mis arrugados labios para saborear el ambiente. Es lo que busco, encontrarme esto cada mañana. ¿Alguna vez te diste cuenta de que los mayores placeres suceden a los mayores sufrimientos? Es algo natural, el dolor intensifica el placer que va después. El masoquismo existe y funciona, pero hay distintas formas de encontrarlo. Puedo sentir el dolor y el sufrimiento mientras camino por el pasillo, pero en todo momento tengo presente lo reconfortante que serán los momentos posteriores. La intensa sed es quizás el más peligroso de los sufrimientos. Quise hacerla tan intensa que casi me mata, pero ya estoy frente a la puerta. Me hago derrogar acariciando suavemente con mis mustias yemas su suave madera. Esto también es intencionado. El resto del camino es áspero e inhóspito, pero esa puerta es suave y delicada, como un premio para el perro que ha superado su prueba... pero no es más que el envoltorio de su comida. La empujo suavemente y dejo que me arrastre el instinto. Frente a mi, el verdadero banquete. Me voy metiendo lentamente en la bañera, mientras disfruto del frescor que me brinda la sangre de treinta personas que hay en su interior. Me ha costado pero lo he conseguido... está fresca y sabrosa. Entierro mi cabeza con la boca entreabierta para que el verdadero jugo de la vida inunde mi garganta con su sabor férreo y avinagrado. Es entonces cuando vivo de verdad, cuando me sumerjo en lo que una vez estuvo vivo y ahora me complementa. Ahora que mi sed está calmada llevo mi mano al fondo y agarro un pequeño objeto alargado que dejé sumergido a propósito. Nuestros dedos son extraordinarios: pequeños y duros. Realmente sabrosos.
A otra cosa
Ayer fué un gran día. Me desperté con la intención de que fuera así. La intención tampoco cuenta, yo ya estaba quemado. Quemado de las fiestas, quemado de la gente, quemado de un verano no demasiado especial. Al menos me dejó buenos recuerdos.
Ayer nada más levantarme y tras haberle pegado una patada a la mesilla de noche, aparece mi madre tendiéndome un ejemplar de "El Progreso" en la mano. "Recibe una brutal paliza de una banda de menores en Foz al salir en defensa de su hijo". La cara de mierda con la que me levanté no necesité molestarme en cambiarla. Era evidente que si mi madre me enseñaba eso era porque conocía a los implicados. Al leer la noticia no parecía haber más información que la del título, sólo que los jóvenes eran de Burela. Luego mi madre me ilustró. Por supuesto el suceso no se parecía en nada a lo que el periódico decía. La guardia civil arrestó indiscriminadamente a autores y testigos. Y ahora las malas lenguas hablan como el periódico y metiendo en el mismo saco a agresores y testigos. Claramente en esto hay intereses políticos de por medio, llegándome bastante cerca.
Qué día más bonito, pinta bien. No veo tabaco por ninguna parte. Desayuno indecentemente y me voy al ordenador. Me alegro un poco el día hablando con la gente. Hasta me sentí algo mejor y me puse a escribir algo del Naseiro con actitud solemne y positiva. Coquetear por el chat dejó de ser una costumbre, pero he vuelto a hacerlo. Es una mierda, pero siempre es más fácil encontrar el momento así y no rodeado de gente que no deja sitio ni para mover la nuez.
Acabé yendo al coche a por el tabaco y empecé a pasar una asquerosa tarde junto al ordenador, lejos de los libros que me amenazaban amontonados sobre el escritorio. Las hojas sueltas que sobresalen de sus páginas vibran con la corriente produciendo un molesto ruído cual palabras cargadas de indignación.
Llegaron las cinco y, cansado ya de todo cogí la bicicleta y me fuí a San Cibrao (Porque sí). Fuí a ver si hacía una visita a mi padre, pero no estaba, asique me paseé un poco por allí antes de volver a Burela. El viento fuerte en contra no podía faltar.
A la noche fuímos a foz. No tuve que conducir, nos llevaron, asique la ginebra empezó a fluír. Bebimos, cantamos y gritamos "ieeee" (costumbre popular). Parándome a hablar con un compañero de penurias de Ferrol perdí al resto de la compañía, así que me fuí con él, su novia y una amiga para pasar el mejor momento de la noche: el baño en la Playa.
Los dejé cuando recibí un mensaje: "dolce vita". Allá fuí yo y entrando en el pub me recibe con una sonrisa perfecta de la que casi me enamoro para presentarme a su madre y compañeras de trabajo. Posteriormente me sentí arrastrado de un lado para otro sin sentido, para acabar en la Zooropa. Bailar tonterías, quitarse medio atuendo, cantar y beber fué lo que hicimos todos ya reencontrados. Se sacaron fotos muy indecentes. Demasiadas.
Cuando oigo decir que se va el autobús ya llevaba regalando cariño, besos y mordiscos un buen rato. Cuando daba un beso una carita se giraba y miraba para otro sitio. Mal. Error. Repito la operación. Fracaso. Me alejo. Se acerca. Baila. Vuelvo a entrar. Nada. Me alejo de nuevo. Ya no se acerca. Estupendo. Ya puedo hacer lo que quiera. Error. Ella vuelve y pregunta por alguien que no sé donde está. Se queda y baila. Me agarra de una mano y me lleva entre la gente a un hueco libre. Bien. Otra vez a la faena, siempre con preliminares. Nada, hasta escuché un "no", pero su cara seguía sin ser seria. Se estaba divirtiendo, pero yo ya me cansé. Me dediqué a hacer el idiota. Cuando me dispuse a salir hacia el bus me acerqué a ella y le besé el cuello. Ella hizo lo mismo. ¿Cómo? No es posible. Subí un poco la cabeza y mientras la miraba a los ojos rozándonos la nariz dijo "no". Esto sí que me desconcierta. ¿Me quería para darle celos a alguien o qué? La indignación es lo único que se me ocurre para acabar con esto a la espera de que alguien me lo explique. Mientras tanto perdí el autobús.
Para más desconcierto a una amiga mía le pegaron una paliza y hubo que llevarla al hospital. Al menos de paso me llevaron a casa. Creo que fué un día expléndido para recibir un giro.
sábado, 28 de agosto de 2010
Naseiro
Se caldea un poco el ambiente con otro trago de ron. Ron servido en una botella de sidra. Sidra que bebe la gente que nos rodea. Gente que baila con nosotros ante el palco de una gran orquesta, guste o no de su música. Música que golpea con fuerza a la multitud haciéndola moverse con ritmo y fuerza. Fuerza que saco de mis adentros para matar el cansancio de las horas de sueño que me he perdido. Horas de noche que he ganado para reír como un poseso ante las absurdas situaciones que he vivido. Situaciones en las que uno busca las palabras más originales para hacer que el momento sea más especial, quedando así en la mente de todos. Momentos en los que recuerdas que estás en Naseiro.
Ese mismo lugar en el que no sabes a que hora te levantas, ni quien está a tu lado al hacerlo. En el que necesitas mirar una quincena de veces el reloj para saber que hora es y aún así no estás seguro y preguntas a otro. En el que al ladrón no le llamas "hijo de puta", simplemente lo saludas y lo invitas a un trago de tu bebida, sin darte cuenta de que la botella de la que te has servido está en la bolsa que lleva en su mano. En el que nunca sabes quien es el causante de los destrozos, llegando incluso a pensar que pudiste haber sido tú mismo. En el que nunca a tantos arquitectos sin título se les ha permitido construír algo incluso estando bajo los efectos del alcohol. En el que el que aguanta cuatro días es fuerte, el que aguanta cinco es un crack, y el que aguanta seis es un dios. En el que el sol y la lluvia son indiferentes para todos.
Y caminando entre la gente da igual lo que hagas o las pintas que lleves, siempre serás parte de un todo, una inmensa atracción de feria. Cada cabaña cuenta como una vivienda multitudinaria, y nunca sabes lo que puedes encontrarte dentro.
Y si bebes otro trago a nadie le importa. Y si gritas como un salvaje haces feliz a más gente. Y si la noche no es suficiente queda mucho día por delante y la sesión vermouth para recibirte. Y si te metes en el río siempre hay un público para aplaudirte. Y si me acerco y te beso el cuello no es para que te rías y te apartes tímidamente con una sonrisa. Y si lo vuelvo a hacer esta vez más frontalmente lo siguiente será dejar todo lo demás a un lado, tocar la piel y humedecer los labios. Es dar el paseo de vuelta y quedarse solos para hacer nuestra propia bebida, nuestro propio ruido, nuestra propia música, nuestro propio ritmo, nuestro propio sueño, nuestro propio tiempo, nuestro propio Naseiro.
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