domingo, 29 de agosto de 2010
Relato "Sed enfermiza" para "La rosa de los vientos"
El calor es abrumador. Mi piel quiere sudar, pero no encuentra restos de agua en la sangre que le puedan servir. Lo primero que noto es mi lengua rozar contra los dientes como una lija. Lo unico medianamente reconfortante que encuentro es el tacto de las sábanas, pese a que éstas me hayan dejado fuertes marcas por todo el cuerpo. El aire está demasiado caliente para poder respirar bien. Cada bocanada de aire es un verdadero suplicio. Me dispongo a abrir los ojos, pese a que se resistan férreamente y vislumbro una cálida claridad veraniega. Todo ello acompañado de un inquietante silencio. Puedo ver una botella de agua vacía, sin restos de haber contenido nunca una gota. Me incorporo lentamente y con la torpeza de un enfermo. Al fin la luz amarillenta deja que pueda ver mi habitacion sin deslumbrarme. Las arcillosas paredes me recuerdan, una vez más, mi bohemia forma de concebir el hogar. Un olor nauseabundo me toca el olfacto mientras mis artificialmente afilados dientes se asoman entre mis arrugados labios para saborear el ambiente. Es lo que busco, encontrarme esto cada mañana. ¿Alguna vez te diste cuenta de que los mayores placeres suceden a los mayores sufrimientos? Es algo natural, el dolor intensifica el placer que va después. El masoquismo existe y funciona, pero hay distintas formas de encontrarlo. Puedo sentir el dolor y el sufrimiento mientras camino por el pasillo, pero en todo momento tengo presente lo reconfortante que serán los momentos posteriores. La intensa sed es quizás el más peligroso de los sufrimientos. Quise hacerla tan intensa que casi me mata, pero ya estoy frente a la puerta. Me hago derrogar acariciando suavemente con mis mustias yemas su suave madera. Esto también es intencionado. El resto del camino es áspero e inhóspito, pero esa puerta es suave y delicada, como un premio para el perro que ha superado su prueba... pero no es más que el envoltorio de su comida. La empujo suavemente y dejo que me arrastre el instinto. Frente a mi, el verdadero banquete. Me voy metiendo lentamente en la bañera, mientras disfruto del frescor que me brinda la sangre de treinta personas que hay en su interior. Me ha costado pero lo he conseguido... está fresca y sabrosa. Entierro mi cabeza con la boca entreabierta para que el verdadero jugo de la vida inunde mi garganta con su sabor férreo y avinagrado. Es entonces cuando vivo de verdad, cuando me sumerjo en lo que una vez estuvo vivo y ahora me complementa. Ahora que mi sed está calmada llevo mi mano al fondo y agarro un pequeño objeto alargado que dejé sumergido a propósito. Nuestros dedos son extraordinarios: pequeños y duros. Realmente sabrosos.
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