sábado, 16 de octubre de 2010
Agorafobia
Sombras que se mueven en la oscuridad. Es imposible saber si son más oscuras que la negrura o no. Se mueven violentamente y atizan con fuerza mis ojos. Los rasgan como el papel. Están cerrados, pero siguen viéndolas y sufriéndolas en su interior. Todo se mueve, pero no se oye nada. Ni un ruído. Ni una voz. Rodean mi cuerpo tumbado en el medio de la nada. El suelo desaparece. No desaparece, más bien parece que nunca ha existido ni él ni su simple idea. Todo lo que veo y lo que no, aparece desde el infinito para fundirse a gran velocidad y de forma intermitente en un punto. Ni siquiera tengo la capacidad de concentración suficiente para localizar ese punto. Duele. Amarga. Agobia. El punto parece arrastrarme a mí también hacia su interior. Como un agujero negro. Es imposible saber lo que hay en él. Ni siquiera sé dónde está. Ni sé si es un punto. Y mientras me siento arrojado a una crueldad indescriptible, busco el infinito de donde todo aparece para fundirse en la nada. Lo busco desesperadamente mientras sigo siendo torturado por las sombras. Y sigo sin ver un color distinto que haga algo visible. Y buscando el infinito, el agobio es mayor. Infinito. Agorafóbico.
Agarro con fuerza un cojín. Ni eso sirve. Agotado, intento evadirme. La almohada pierde su tacto natural. Ahora tengo los ojos abiertos, pero todo sigue igual. No lo soporto. A la mierda, enciendo la luz. Sé de sobra que no sirve de nada. No es un sueño. Está en mi cabeza. Ocurre a veces. Me levanto. Oscuridad en un cuarto con luz. Esto sí que no me lo esperaba. Ni moviéndome ni pensando en de qué color son las paredes. Ni bebiendo un vaso de agua. Ni fumando un cigarro consigo quitármelo de la cabeza. Sigo sintiendo que no puedo tocar nada, que todo lo demás lo hará por mí. Que sigo alejándome del infinito. Agorafóbico.
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