sábado, 30 de octubre de 2010

Madrid te odia. Primera parte


Madrid... al fin hemos llegado. El tráfico es algo estresante. Hay mucho coche insistente en usar los carriles más a la izquierda en la autovía, pese a circular a velocidades inferiores al límite. No importa, ya llegamos. Ahora hay que entrar en la ciudad y buscar el lugar al que nos dirigimos. Aún no tenemos ni idea de cuál es ese lugar, pero no importa. Nos limitamos a avanzar. Voy notando el cansancio al volante, pero nada alarmante. Me siento relajado. Alberto no tanto, que suplica una parada para descargar líquidos. No hay duda, estamos seguros de que lo vamos a pasar muy bien.
Al llegar al primer semáforo llega el momento de la agradable conversación sobre meadas dentro de botellas. El humor sucio nunca desanima a nadie. Solamente al que no aguanta más. Después de ilustrarnos sobre la naturaleza de las necesidades fisiológicas, conseguimos orillarnos, descansar y llamar a las anfitrionas. Partimos de nuevo en busca de la plaza de Castilla. No teníamos ni idea de dónde estábamos, asique tardamos mucho en encontrarla. Incluso pasamos por debajo, quedándonos anonadados y pensando "¿y ahora qué?". Todo esto entre acelerones para rebasar tráfico, frenazos en semáforos, salto de algunos de estos, intentos de "placaje" de taxistas y autobuses (me da igual siempre que no estén más cerca que mis propios retrovisores, si no me pongo de muy mala hostia)...
Al fin conseguimos llegar a la plaza de Castilla y ser guiados a través del teléfono hasta el colegio mayor. Tras una calurosa bienvenida subimos a las habitaciones, donde el ambiente era totalmente festivo. Daba igual que estuviese prohibido fumar. Simplemente la gente lo hacía hasta por los pasillos. El alcohol era bienvenido en todas partes. Para algo era viernes, y en Madrid no se puede beber en un pub. El precio hace que sea algo restringido a la alta burguesía. Tras algunas copas utilicé el ordenador de Elena para conectarme y ver lo muerto que estaba todo fuera de la habitación donde me encontraba. Asco solo. Mejor cerrar todo y seguir bebiendo.
Y llega la hora de salir y ver ciudad. Hasta el momento diversión no nos falta. Las conversaciones están cargadas de humor y las sonrisas de alegría. La primera puñalada fué el taxi. Doloroso pero soportable. Ha sido un bajo golpe a nuestro reducido capital circulante. Sobreviviremos.
Empezamos a jugar al fútbol con una zapatilla deportiva que encontramos en el camino, cuando, con la distracción, del suelo brota un agujero donde debería haber plantado un curioso arbolito ornamental. Evidentemente mi pié se retorció brutalmente al llegar a su interior. No podía ser menos. Antes siquiera de sentir el dolor ya anuncié públicamente mi nuevo y flamante esguince que me haría cojear toda la noche (y toda la semana, de hecho todavía sigo a la espera de que pase).
Llegaba la hora del segundo puñal. Se trataba de un pub llamado "Copérnico". En sí el lugar no era un antro asqueroso, pero tampoco ningún lujo para cobrar 10€ la entrada. Y menos para escuchar la misma música que si enciendo la radio. Al menos daban consumición, pero que quede muy claro que el Brugal que me echaron en el vaso se me parecía más al contenido de otras botellas de las que ya he hablado antes sin demasiado detalle (lo cual es de agradecer). No fuí el único en advertirlo. Por lo demás había una chica totalmente desconocida que me tocó el culo y varias veces en el hombro para que me diese la vuelta. Siempre miraba para otro lado cuando lo hacía, pero tengo un campo de visión decentemente amplio, y la vi perfectamente. Tras haber insistido hice lo propio con su culo, a lo que respondió acercándose de forma considerablemente violenta y diciéndome:
-Por tu bien, no vuelvas a hacerlo
-Tranquila, sólo lo hice para que no te sientas sola- y me fuí a pedir mi consumición. He de decir que su cara era de infinita indignación cuando me dispuse a marchar de allí, pero supongo que la gente no es tan cruel como para vengarse de un cojo tocapelotas. Me alegro de que se sientan frustrados. Disfruto con ello.
Al marchar de allí yo decidí irme a dormir al coche y dejar a los demás de fiesta. No quería amargarles la noche con mi estúpido pié. La verdad ellos tampoco querían seguir de pubs, asique después de haber preguntado a unas veinte personas si sabían dónde estaba la calle Duque Carapala (realmente era la calle Duque Pastrana, pero... ¿yo qué sabía?), cogimos todos taxi hasta la residencia.
El taxista no dijo ni una palabra, pero yo hablé durante todo el camino, llegando a decirle que ya sabía que aguantar a borrachos a esas horas no era muy agradable, pero que el otro taxista había sido más amable. Desde ese momento al menos no estaba tan serio. Eso no cambió los casi 14 euros del viaje. La tercera puñalada.
Tras llegar al destino, no deseaba otra cosa que acostarme en una cama mullidita y caliente, pero a la entrada del colegio, un hombre de aspecto hispanoamericano al que los residentes llamaban "machu-pichu" intervino y me cortó el paso:
-¿Tú quién eres?- tenía ganas de responder "soy el ogro de las drogas" o algo así, pero el tipo parecía muy en serio, asique respondí:
-El que viene a por su chaqueta para no pasar frío en el coche.
-Lo siento, no puedes pasar, tienes que irte.
-¿No puedo coger la chaqueta?
-No, sal fuera, por favor.
-Mein mutter! Das boot!- pretendía que sonase a maldición, y de hecho creo que sonó así. Salí fuera y encontré a Javi y a Alberto que acababan de llegar en el otro taxi. Los tres fuimos a dormir al coche. Maldecimos Madrid hasta la saciedad. Y su maldita helada nocturna. Encendí el motor para tener calefacción, pero a la media hora no había calor suficiente porque el ventilador se había estropeado. Magnífico. Espectacular. Glorioso.
A penas tres horas después nos levantamos para entrar en la residencia. Ya estabamos en horario de visitas, asi que no hubo pegas. En dos camas entramos cinco personas, y como yo era el más lento por tener un esguince, no me pudo tocar otro sitio que el escalón entre las dos camas para dormir el próximo par de horas. Podría haber pedido compasión y seguramente alguien me hubiese cambiado el sitio, pero no estoy hecho para dar pena, asique allá fuí. Sin miramientos. Por supuesto no conseguí dormir y acabé conectándome un rato en el ordenador. Aunque alguna esperanza me dió en un principio hablar con varias personas, al final lo vi todo podrido. No podía sentir más asco. Más indignación:
-¡Tengo hambre! ¡Vámonos a comer algo de una puñetera vez!- era el advenimiento de un cuarto puñal, esta vez en el Telepizza. Un sitio donde no habia más que un cuarto de cuatro metros cuadrados (no se confundan, dos metros de lado), aunque en realidad eran menos, donde las hamburguesas costaban ocho euros y la pizzas algo similar, y ninguna de las dos comidas iba precisamente sobrada de ingredientes. Por ese dinero en Ferrol tengo cordero. Como anécdota tuvimos que comer todos sentados en el bordillo de una acera mientras conversábamos con gitano de origen portugués que vivía en una chabola justo delate de donde estábamos haciendo el festín. Todavía no me explico cómo conseguía aguantar con toda su chatarra en plena "zona pija" de Madrid.
Lo siguiente fué ducharse en los baños de chicas mientras cantábamos y decíamos gilipolleces sin parar ante el estupor general. Fué de lo mejor del fin de semana.
Más tarde debíamos ir a buscar a Sara al aeropuerto. Alberto fué el encargado de llevar el coche. Al ir fuimos bien todo el camino, el problema fué al volver. Por supuesto, pese a tener tres móbiles con GPS, nos perdimos. Poco después de llegar ya estaba yo otra vez llevando el coche hacia donde teníamos que dejar a Sara y Ana en un concierto. Como no podía ser menos, en plena M30 se empezó a oler la desgracia. La temperatura del motor subía muy por encima de los cien grados. Perdía fuerza. Aproveché una ligera cuesta abajo para apagarlo y dejar que enfriase un poco. Entonces encendí de nuevo y me desvié en el primer sitio que encontré, pasé a una velocidad considerable por varios semáforos en ámbar y paré rápidamente en un vado. Salí corriendo (no, realmente cojeando) hacia un OpenCor (no se equivoquen, en esa zona no hay supermercados, las estafas se producen las 24 horas del día) y compré una garrafa de seis litros de agua no precisamente barata. Cuando volví junto al coche, ellas ya habian pedido un taxi. Yo me limité a llenar el depósito de refrigerante, al que entraron fácilmente unos tres litros y medio. ¿Cómo podía haber perdido tanto? Bajo el coche había una diminuta mancha de agua (si es que eso existe) al lado derecho, a la altura del bloque motor. Tendría sentido que perdiese por la junta del termostato o algún manguito por esa zona.
Al volver, metimos el coche dentro del aparcamiento del colegio (cosa que no creo que viesen muy bien sus encargados). Por supuesto nos encontramos con la siguiente puñalada (ya perdí la cuenta), que no fué otra que cenar en el VIPS. Tras ver las hamburguesas a diez euros nos decantamos por una pizza de lo más básico. No, más básico aún. Si llevaba alguna tira de jamón cocido daba gracias. Por no decir que la bebida salía a un céntimo el mililitro. Exacto. Si pidiese un litro habría costado diez euros. Y no, no era alcohólica, era coca-cola. Pensamos morirnos allí a ver si por lo menos nos ahorrábamos la factura.
Volvimos de nuevo a la residencia, a donde pensaba entrar a por la cazadora y de nuevo apareció un encargado que me cortó el paso y nos echó a los tres de una forma bastante brusca fuera del recinto.
-No pasa nada, tranquilos. Yo tengo las bebidas.- Dije. Y al ritmo del cojo nos pusimos de camino al botellón. Increíblemente Madrid todavía no había acabado con nuestra paciencia y buen humor. Los gallegos somos duros, pese a acumular cantidades ingentes de rencor.

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