miércoles, 6 de octubre de 2010
Desencanto
Me siento a la orilla de la cama. Estás apoyada sobre su respaldo, desnuda y dormida. Preciosa, como siempre, pero oscura y distante. La luz es escasa pese a ser plena mañana. De ello se ocupa un cielo nublado que asoma entre cortinas blancas. Las sábanas, arrugadas con suavidad, tiñen de blanco la siempre oscura y al mismo tiempo blanca habitación. Blancas paredes, blancos muebles, blancas páginas de un libro que reposa sobre tu regazo. Con los ojos cerrados sueñas una realidad distinta llena de color y sin tiempo para desteñirla. Y esos ojos se esconden tras enormes ojeras que te marcan como una penitencia. Sigo mirándote como si mirase a un espejo. Veo en ti mi misma desgracia, mi mismo cansancio. Tus labios no susurran. Callan para hacer que el silencio me siga atormentando mientras me pregunto miles de cosas. Te envidio en este momento por estar en un lugar mejor. Lejos de toda esta locura. Lejos de tus preocupaciones. Lejos de mis preocupaciones.
Y mis preocupaciones convergen cuando un suspiro no es más que un suspiro y no dice nada. Cuando se acabaron las palabras bonitas y originales. Cuando el presente oculta el pasado en fotogramas en blanco y negro. Cuando al ver los recuerdos el día a día pierde brillo. Cuando la sensación de quedarnos un mundo de cosas por hacer se transforma en repetir una y otra vez algo que nunca se pareció a lo que buscábamos. Cuando todo lo que hacemos son cumplidos y no locuras. Cuando las sonrisas se agotan... no queda nada de juventud en unos ojos perdidos en el recuerdo. Perdidos en la indiferencia de algo que no fué más que una larga escapada. Algo que nunca fué real. Algo que duele más mantener que acabar y duele más acabar que mantener. No es un estado de ánimo. No acaba por si solo. Puede no tener fin. Puede acabar con la personalidad que hemos estado décadas construyendo. Puede destruír nuestra unión con el mundo. Nuestra relación con los demás. Nuestra propia vida.
Sólo con verme reflejado en tu piel tengo la prueba de que no es necesario estar muerto para sentirse como tal. Y aún así, creo que estoy más vivo que nunca.
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